Aquellos anarquistas que en la huelga de la primavera lanzaron sobre los policías de Chicago una bomba que mató a siete de ellos, y huyeron luego a casa donde fabrican sus aparatos mortíferos, a los túneles donde enseñan a sus afiliados a manejar las armas, y a untar de ácido prúsico, para que maten más seguramente, los puñales de hoja acanalada; aquellos que construyeron la bomba, que convocaron a los trabajadores a las armas, que llevaron cargado el proyectil a la junta pública, que exitaron a la matanza y el saqueo, que acercaron el fósforo encendido a la mecha de la bomba, que la arrojaron con sus manos sobre los policías, y sacaron luego a la ventana de su imprenta una bandera roja, aquellos siete alemanes, meras bocas por donde ha venido a vaciarse sobre América el odio febril acumulado durante siglos europeos en la gente obrera; aquellos míseros, incapaces de llevar sobre su razón floja el peso peligroso y enorme de la justicia, que en sus horas de ira enciende siempre a la vez, según la fuerza de las ramas en que arraiga, apóstoles y criminales; aquellos han sido condenados, en Chicago, a muerte en la horca.
Tres de ellos ni entendían siquiera la lengua en que los condenaban. El que hizo la bomba, no llevaba más que unos nueve meses de pisar esta tierra que quería ver en ruinas.
Uno solo de los siete, casado con una mulata que no llora, es norteamericano, y hermano de un general de ejército: los demás han traído de Alemania cargado el pecho de odio.
Desde que llegaron, se pusieron a preparar la manera mejor de destruir. Reunían pequeñas sumas de dinero; alquilaban casas para hacer experimentos; rellenaban de fulmicoton trozos pequeños de cañerías de gas: iban de noche con sus novias y mujeres por los lugares abandonados de la costa a ver cómo volaban los cascos de barco; imprimían libros en que se enseña la manera fácil de hacer en la casa propia los proyectiles de matar: se atraían con sus discursos ardientes la voluntad de los miembros más malignos, adoloridos y obtusos de los gremios de los trabajadores: "pudrían -dice el abogado- como el vómito del buitre, todo aquello a que alcanzaba su sombra".
Aconsejaban los bárbaros remedios imaginados en los países donde los que padecen no tienen palabra ni voto, aquí, donde el más infeliz tiene en la boca la palabra libre que denuncia la maldad, y en la mano el voto que hace la ley que ha de volcarla: al favor de su lengua extranjera, y de las leyes mismas que desatendían ciegamente, llegaron a tener masas de afiliados en las ciudades que emplean mucha gente alemana: en Nueva York, en Milwaukee, en Chicago.
En libros, diarios y juntas adelantaban en organización armada y predicaban una guerra de incendio y de exterminio contra la riqueza y los que la poseen y defienden, contra las leyes y los que las mantienen en vigor. Se les dejaba hablar, aun cuando hay leyes que lo estorban, para que no pudieran prosperar so color de martiriro, ideas de cuna extraña, nacidas de una presión que aquí no existe en la forma violenta y agresiva que del otro lado del mar las ha engendrado.
Prendieron estas ideas lóbregas en los espírutus menos racionales y más dispuestos por su naturaleza a la destrucción; y cuando al fin, como enseña de este fuego subterráneo, saltó encendida por el aire la bomba de Chicago, se vio que la clemencia equivocada había permitido el desarrollo de una cría de asesinos.
Todo esto se ha probado en el proceso. Ellos que, salvo el norteamericano, tiemblan hoy, pálidos como la cal, de ver cerca la muerte, manejan en calma los instrumentos más alevosos que han sugerido nunca al hombre la justicia o la venganza.
No fue que rechazasen en una hora de ira el ataque violento de la policía armada: fue que, de meses atrás, tenían fábricas de bombas, y andaban con ellas en los bolsillos "en espera del buen momento", y atisbaban el paso a los grupos de huelguistas para enardecerles con sus discursos la sangre, y tenían concertado un alzamiento en que se echasen sobre la ciudad de Chicago a una hora fija las carretadas de bombas ocultas en las casas y escondites donde los mismos, que ayudaron a hacerlas las descubrieron la policía.
No embellece esta vez una idea el crimen.
Sua artículos y discursos no tienen aquel calor de humanidad que revela a los apóstoles cansados, a las víctimas que ya no pueden con el peso del tormento y en una hora de majestad infernal la echan por tierra, a los espíritus de amor activo nacidos fatalmente para sentir en sus mejillas la vergüenza humana, y verter su sangre por aliviarla sin miramiento del bien propio.
No: todas las grandes ideas de reforma se condesan en apóstoles y se petrifican en crímenes, según en su llameante curso prendan en almas de amor o en almas destructivas. Andan por la vida las dos fuerzas, lo mismo en el seno de los hombres que en el de la atmósfera y en el de la tierra. Unos están empeñados en edificar y levantar: otros nacen para abatir y destruir. Las corrientes de los tiempos dan a la vez sobre unos y otros; y así sucede que las mismas ideas que en lo que tienen de razón se llevan toda la voluntad por su justicia, engendran en las almas dañinas o confusas, con lo que tienen de pasión estados de odio que se enajenan la voluntad por su violencia.
Así se explica que los trabajadores mismos temblaron al ver qué delitos se criaban a su sombra; y como de vestidos de llamas se desasieron de esta mala compañía, y protestaron ante la nación que ni los más adelantados socialistas protegían ni excusaban el asesinato y el incendio a ciegas como modos de conquistar un derecho que no puede ser saludable ni fructífero si se logra por medio del crímen, innecesario en un país de república, donde puede lograrse sin sangre por medio de la ley.
Así se explica cómo hoy mismo, cuando los diarios fijaron en sus tablillas de anuncio el veredicto del jurado, no se oía una sola protesta entre los que se acercaban ansiosamente a leer la noticia.
¡Ay! ¡aquí los corazones no son generalmente sensibles! ¡aquí no hace temblar la idea de un hombre muerto por el verdugo a mano fría! ¡aquí se habitúa el alma al egoísmo y la dureza! pero se suele ver, como en los días de la agonía de Garfield, el corazón público, -se suele sentir, como en los días del abolicionista Wendell Phillips, la pujanza con que se revela la conciencia nacional contra la injusticia o el crimen,- se ve crecer en un instante, como en los días de las huelgas de carros, la ira de la clase obrera cuando se cree injuriada en su decoro o su derecho.
Y esta vez, ni un solo gremio de trabajadores en toda la nación ha mostrado simpatía, ni cuando el proceso, ni cuando el veredicto, con los que mueren por delitos cometidos en su nombre.
Y es porque esos míseros, dándose a sí propios como excusa de su necesidad de destrucción las agonías de la gente pobre, no pertenecen directamente a ella, ni están por ella autorizasos, ni trabajan en construir, como trabaja ella; sino que son hombres de espíritu enfermizo o maleado por el odio, empujados unos por el apetito de arrasar que se abre paso con pretexto público en todas las conmociones populares, pervertidos otros por el ansia dañida de la notoriedad o provechos fáciles de alcanzar en las revueltas,-y otros, ¡los menos culpables, los más desdichados!, endurecidos, condensados en crimen, por la herencia acumulada del trabajo cervil y la cólera sorda de las generaciones esclavas.
Publicado en La Nación, Buenos Aires, 21 de octubre de 1886.
Tomo XI pp. 53-61
7 comentarios:
Muy interesante este texto, siempre me pregunte por que la clase obrera norteamericana nunca reivindico el 1ro de Mayo como dia del trabajo. Ya veo que con toda razon no es un dia como para celebrar.
Muy buena la labor que pretendes hacer con este blog. Aqui siempre me tendras para comentar y te exhorto a que busques todos esos textos martianos que no se publican en nuestra patria. Saludos, Dago
Gracias Dago, y sí creo que será una manera muy buena para seguir adelante por La Libertad de Cuba¡
Muy buena tu idea. Yo, estando en Cuba le hice un rechazo a toda la historia de Cuba pues nos enseñaban como si hubieramos sido anormales y no nos dieramos cuenta de que utilizaban sus textos para representar lo que querían. Llegué inclusive a odiar a todos los héroes de la patria sin pensar en que no tuvieron ni la menor idea de las manipulaciones.
Te agradesco tu labor, traes al presente conocimientos perdidos, mutilados por la demagogia del barroco comunista monárquico !
Saludos, y continua así!
Es muy bueno esto, Zunzundaba, muy bueno que hayas publicado esto, que por cierto, para mí era desconocido.
Hay que hacer todo lo que sea posible para defender esta causa.
Decía nuestro General Don José de San Martín que "todo lo que se hiciera para defender a la Patria, era lícito". No son las palabras exactas, pero ya volveré a ponerlas como corresponde.
Mil abrazos.
Nesy, de Buenos Aires
Gracias Yoarki y Nesy, ahora mismo me enfrasco en copiar al blog un escrito del poeta Alberto Serret que sé cuando lo lean le va a gustar mucho.
Gracias por el aliento que me dan, poco a poco iré pasando acá todo lo que me traje de CuBa al exilio.Solo cargué con una maleta llena de libros que quiero compartir con todos los cubanos.
un saludo
Yoarki:
Es verdad lo que dices, la intoxicación e incluso la manipulación de la historia en las escuelas cubanas es tremenda, pero yo tuve la suerte de que a mi padre le gustara con delirio La Historia, y como desde pequeño me leyó siempre, pues ahí mismo me entró el bichito de la curiosidad, pero nunca me conformé y de mayor supe buscar por mi cuenta y dentro de la Isla leí y pregunté mucho a los mayores , que también es otra forma de aprender.
Ya sabes, espero que disfrutes de estas lecturas y también que averigües con los mayores.Como decía Martí: "Ser cultos para ser libres"
mis afectos
Saludos para zunzundaba de parte de Simon Jose Marti Bolivar.
No sabia que habias escrito aqui este trabajo de marti. Lo encontre cuando lo estaba buscando para los venezolanos que hoy estan "construyendo el socialismo". Me dio gran alegria encontrarlo de parte tuya y recordar cuando tratamos sobre el tema en el blog de Yoani.
No he dejado de entrar alli y leer comentarios y posts, pero no comento. Ando imitando al Indio Hatuey. Estoy ayudando a los tainos, haciendoles ver lo malos que son los "españoles".
Un abrazo cubanisimo y patriotico de
Simon Jose.
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